Silvina siempre tuvo otras ocupaciones o trabajos, pero su padre le fue contando y enseñando cada detalle del oficio. «A mi esto de ser zapatera me gusta. Mi papá me dice que aprendí rápido y soy prolija, detallista».
Silvina nos comentaba que como en toda crisis económica, la gente vuelve a reparar más, en vez de comprar nuevo. «Lo que más me traen para reparar son zapatillas, muchos botines y borcegos de trabajo. Lo que no puede faltar en la mesa de trabajo de un zapatero o zapatera es pegamento profesional, hilo negro, blanco y cuero entre lo imprescindible».
El calzado que no suele tener arreglo es el «apolillado» pero el resto, que es la mayoría, tiene solución, expresó Silvina desde su local de calle Belgrano 1580.
Mientras nos despedíamos, llegaban clientas con los calzados para que esta mujer zapatera solucione el problema. Un oficio en el que su padre la formó con amor y se transforma en medio de vida y sustento, cosa que ella agradece a viva voz. No hay muchas mujeres zapateras pero, sin dudas, las que están cada día trabajan mejor.
