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Por Marisa Prina
Hace 30 años le dio vida a su primer personaje en los Talleres de Teatro, en San Carlos Centro, junto al Profesor Luis Mansilla; pero su historia con las tablas comenzó cuando era niña, en su pueblo natal: Matilde. Sus padres, actores, se conocieron representando una obra en esa localidad. Su ídola fue siempre China Zorrilla, también Enrique Pinti, aunque no se animaría a hacer un unipersonal. Su vida transcurrió entre personas y personajes. Se llama Patricia Notta de Gilotti y hoy nos cuenta su historia…
“Mi papá y mi mamá se conocieron haciendo una obra de teatro. La primera obra que hicieron juntos fue ‘la Sagrada Familia’ y muchos años después, cuando tenía 13 años, hice la misma obra con mi papá. Esa primera obra de teatro fue en mi pueblo, Matilde. Yo estaba pupila en el Colegio Corazón de Jesús. Josefina Lanfranco dirigía la obra; iba una vez por semana, por lo que, con un permiso del Colegio, me retiraba del mismo, ensayábamos en Matilde, dormía en la casa de Josefina y al día siguiente me dejaba otra vez en el Colegio.
Más tarde me casé, vinimos a vivir a San Carlos, empecé a trabajar, tuve a los chicos y cuando todo estuvo encaminado, a los 30 años, empecé a hacer teatro en San Carlos durante 30 años ininterrumpidos.
Estaba pasando por un momento de salud complicado y un amigo me invitó a formar parte del grupo. En ese tiempo la Sra. de Benzo era Presidente Comunal y trajo a un profesor, Luis Mansilla, y con él empezamos a tomar clases en la Sociedad Italiana.
En San Carlos hice mi primera obra que se llamó “Nuestro pueblo” y mi personaje era una muerta. Una tumba que hablaba. De ahí en más se abrieron todos los caminos. Seguimos presentando obras en el Cine Rivadavia y llevamos nuestros trabajos a otros lugares. Luis Mansilla me dio la oportunidad de trabajar en la Casa del Maestro en Santa Fe, durante mucho tiempo. Siempre fueron talleres. Yo nunca fui a aprender teatro, nunca fui a una escuela de teatro. Lo hago porque es una pasión.
Después de Luis, me seguí formando con Sergio Abbate, Camilo Céspedes; más tarde integré el grupo que funcionaba en el Cine Rivadavia, junto a María Soledad Almirón (Chola) y después de 30 años me despedí porque la vida empezó a llevarme por otros caminos, llegaron mis nietos, comencé a priorizar y quise devolverle a mi familia todas esas horas que pasé haciendo lo que más me gustaba.
Pero cuando sentís tanto amor por lo que hacés, cuando aparece una oportunidad, volvés a aceptarla y así fue que pocos meses atrás acepté la propuesta de Ezequiel Ambordt, haciendo los conectores en la obra Mujeres argentinas y luego, Disney en música. Fue muy distinto a lo que yo hacía, pero me sentí muy cómoda haciéndolo junto a un grupo maravilloso.
Hice muchas obras para chicos, ellos son el público más exigente, porque si un trabajo no les gusta o se aburren te lo hacen saber en el mismo momento del desarrollo de la obra.
Cuando me dan un personaje, leo toda la letra y empiezo a crearlo, tengo que creer que ese personaje es como lo formé para poder transmitírselo al público. Eso es fundamental. Después empiezo a memorizar todo el guión y le agrego algunas cosas, puedo modificarlo, pero los demás deben saberlo para seguir el guión. Es un trabajo en equipo, nadie se luce, es la obra lo que debe lucirse.
El contacto con el público me genera mucha adrenalina, subir al escenario envuelta en un manojo de nervios no tiene precio. Es lo mejor que me puede pasar. Durante 30 años o más, antes de salir a escena, cuando todos hacemos silencio, voy a un rincón, le agradezco a Dios la oportunidad que me da y pido que me dé la fuerza para poder hacerlo, que no me equivoque y, si ello me pasa, que me ponga palabras para continuar con la obra y rezo un Padre nuestro. Después de eso hacemos el ritual de abrazarnos todos y desearnos “merde”. El teatro existió desde siempre y lo único que había como transporte eran los carruajes tirados con caballos, si al finalizar la obra quedaba mucha bosta de los animales en los patios significaba que mucha gente fue a ver la obra, de ahí el ritual de desearnos ¡mierda! antes de salir a escena.
En San Carlos siempre hubo gente dedicada al teatro. Hoy me da enorme placer ver los grupos hermosos que se formaron con personas de todas las edades que siguen manteniendo encendida esa llama”, finalizó Patricia Notta de Gilloti, entrevistada en este homenaje al Día del Teatro Nacional.
Día Nacional del Teatro: por qué se celebra el 30 de noviembre
Esta fecha fue declarada en homenaje al recordado primer teatro argentino, que llevó el nombre de “La Ranchería”.
Por iniciativa del Instituto Nacional de Estudios de Teatro (INET), instituida mediante el Decreto N° 1586 del Poder Ejecutivo Nacional del 3 de julio de 1979, se celebra cada 30 de noviembre el Día del Teatro Nacional. La designación de ese día tiene que ver con que en esa fecha, de 1783, se inauguró el Teatro de la Ranchería, en la intersección de las actuales calles Alsina y Perú. Fue el primer espacio donde se representaron piezas dramáticas en el Buenos Aires colonial, según reflejan diversos historiadores.
El 30 de noviembre de 1783 quedó oficialmente inaugurado el Teatro de la Ranchería. Un amplio galpón de paredes de madera adornaba el teatro, con techo de paja, puertas en el frente y en los costados, que se abrirían en caso de incendio para posibilitar la rápida salida de los espectadores. Tenía una gran cantidad de elementos de vestuario, utilería, sillas, bancos, candilejas. La iluminación se realizaba con velas de sebo, colocadas en el contorno de la sala, a ambos lados costados del escenario y en dos arañas pendientes del techo.
(Argentores)