Cada vez es más común ver por los cielos sancarlinos artefactos voladores con un piloto y, en ocasiones, se escucha el sonido de una hélice.
En San Carlos Sud, un grupo de amigos se reúne en un área descampada para practicar un deporte novedoso y a la vez, apasionante. El paramotor es un aerodino de ala fija conformado por un pequeño motor de hélice y un parapente. Es, básicamente, un parapente motorizado.
Según los propios protagonistas se trata de una disciplina «adictiva», caracterizada por la adrenalina que genera volar con un motor pegado a la espalda y la cara al viento. Se puede realizar en lugares donde no haya árboles alrededor, se debe contar con vientos de al menos 15 km/h y siempre se despega en contra del viento como si fuera un avión. El parapente debe cargarse de aire para que después, con la potencia del motor, pueda elevarse. El equipamiento está compuesto por un motor, que al ser importado cuesta alrededor de 5.000 dólares más el parapente cuyo precio ronda los 3.000 dólares.
«Para comenzar a volar es necesario hacer un curso que se realiza en Helvecia y que cuesta alrededor de 800 dólares. En nuestro caso, ninguno lo hizo, somos autodidactas, y fuimos aprendiendo con la enseñanza que nos brindaron otras personas», comenta Mauro.
Una de las dudas que surgen a la hora de realizar una actividad en altura es la seguridad, y al respecto explica: «Éste es un deporte que tiene cierto peligro, pero si el motor se para, tenemos el parapente para poder aterrizar. Por ese motivo hay que practicarlo en lugares descampados.»
Un pensamiento que comparten todos los integrantes del grupo es que una vez que se empieza no se puede dejar de hacerlo y si bien existen competencias a nivel mundial que tienen que ver con acrobacias y destrezas, ellos sólo lo realizan por placer.
Desde el grupo invitan a todos aquellos que quieran iniciarse en la disciplina o que deseen acercarse a ver.