Por Marisa Prina
En primera persona
“Estoy viviendo unos días emocionalmente muy fuertes; por un lado la remodelación de la esquina del famoso `Bar Las Cuatro Esquinas´, donde tantos años mi papá y mi tío trabajaron y por otro, la peluquería, el sueño de mi mamá; ella quería que esa esquina (ya cerrado el bar) fuese el lugar para la pelu…”, de esta manera comienza su relato Viviana Peralta, la entrevistada que, con emoción, va a referirse, en primera persona, a su familia, a su profesión y a un sitio caro al recuerdo de muchos sancarlinos: “el Bar de las Cuatro Esquinas”, edificio situado en la intersección de las calles San Martín y Anselmo Gaminara, de la ciudad de San Carlos Centro.
Mis padres, Violinda Gemelli y Ricardo Idelfonso “Tito” Peralta, junto a Conrado, mi hermano, que tenía cuatro años, llegaron a San Carlos en 1961. Compraron la propiedad a un señor, donde ya funcionaba un bar y continuaron con ese negocio, junto con mi tío Cholo y su esposa. En 1965 nací yo, esa historia la tengo en mi corazón, de ver cómo mis padres trabajaban con tanta pasión.
El bar también funcionaba como comedor; mi mamá y mi tía eran las encargadas de la cocina. Se hacían fiestas de casamiento porque el lugar era muy grande. Recuerdo que una vez vino la Orquesta “Los Príncipes del Compás”, una noche hermosa con tanta gente. Allí se realizó la primera cena “del Chevrolet”. La gente iba a pasar un buen momento. Venían desde la Estancia de Risso Patrón con tractores, a caballo y ahí quedaban horas y horas. Había una cancha de bochas además.
Otros habituales concurrentes eran los empleados de las dos cristalerías que había en ese momento. En el tiempo de descanso, de 8 a 8.30 hs., venían a tomar el café y, como a mi papá y a mi tío Cholo les gustaba carnear (lo hacían en el patio de mi casa porque el lugar era muy amplio), les preparaban los sándwiches con fiambres caseros. Los muchachos aprovechaban para recargar los tachitos de aluminio (típico recipiente de los cristaleros) con café con leche o mate cocido.
Después de algunos años, el tío Cholo optó por otro trabajo. Entonces mi papá se quedó con el bar y mi mamá siempre le ayudó.
Mi papá cerraba cuando se iba el último y creo que eso fue lo que hizo que se vaya cansando y decida cerrar el bar. El lugar permaneció sin actividad comercial durante veinticinco años.
Violinda, trabajadora apasionada e incansable
Mi mamá, además de haber hecho el tambo y de ayudarle a mi papá en el bar, fue costurera de pantalones. Un día decidió ser peluquera. Estudió acá, en San Carlos, con Cuqui Squella, quien le enseñó lo básico de peluquería. A sus primeras clientas las atendía en la cocina, se quedaba hasta muy tarde probando sus trabajos. Un día “se largó sola” y ésa fue “la Violi”: le salía todo tan fácil, con tanta vocación, muy segura y tranquila con lo que hacía.
Mi mamá llegó a peinar entre cuarenta y cincuenta pelucas, por ejemplo, para la Fiesta de la Cerveza. Cuando terminaba, se tomaba un kilo de helado para reponerse y luego, junto a mi papá, iba a la Fiesta a colaborar en el puesto de la Capilla San José Obrero.
Ella siempre me decía; “Ustedes ahora, tienen otras herramientas, es más fácil. Antes para estirar había que atar ruleros grandes, pasarlas a un secador, después hacer la toca, con suerte quedaba el pelo lacio.”
“La Violi” tuvo una enfermedad con mucho dolor, estando en su sillón de ruedas, aún sacaba los reflejos. Trabajó hasta su último momento.
Viviana y Lorenzo, el legado continúa
Hace 38 años que soy peluquera, mi mamá me transmitió siempre esa pasión por el trabajo, no solo a mí, sino también a mi hijo Lorenzo, nada menos que la tercera generación.
Cuando yo tenía 19 años mi papá me dijo: “Vivi, empezaste Magisterio, dejaste. Sabés hacer manicuría y no lo hacés. Sabes muy bien que los viernes, las clientas de mamá lo piden. ¿Por qué no aprendés algo relacionado y le ayudas a tu mamá?”
Esas palabras de mi papá me ordenaron la cabeza. Empecé en Santa Fe, con dos excelentes profesionales, Carmelo y Jorge, a hacer un curso básico. Iba con las clientas de mi mamá que se “animaban” a acompañarme. Un vecino nos llevaba en auto. También íbamos los lunes con mi mamá a perfeccionarnos. En ese entonces yo tenía 19 años, había muy poca gente joven. Mónica Caproli y Gabriela Eugster fueron mis primeras clientas. Les tenía que cortar el flequillo. Temblaba toda y ellas me decían: “¡Animate! ¡Dale!
Cuando Lorenzo, uno de mis hijos, terminó la Escuela Técnica y le pregunté qué seguiría estudiando, él me respondió, muy decidido: “Yo voy a ser peluquero”. Hoy lo veo trabajar, tan prolijo, tan contento, hace 10 años ya que abraza su profesión.
“Les agradezco tanto a mis hijos que tengan ganas de trabajar, de arreglar y mantener lo que nos dejaron, estoy feliz, muy feliz.”, cierra su relato Viviana con genuina emoción.
La esquina quedó cerrada 25 años. Un día Viviana pensó que sería el momento de cumplir el sueño de su mamá y así empezó de a poco, todo a pulmón y con mucho sacrificio a convertir ese sueño en la realidad que es hoy. Desde ahora el sitio conocido como “Las Cuatro Esquinas” inicia una nueva historia con “Vivi. Salón de Belleza”, dos salones de peluquería: uno de caballero y otro de dama.